lunes, 18 de julio de 2011

Parajes. La Fuénmayor. Torres (Jaén).

En el corazón petreo y lleno de antiguas leyendas, de la mística Sierra Mágina, novia mora de la tierra e imperio de la magia ancestral el agua es vida y la vida es la esencia del mismo entorno. Entorno que  vive del amor del hombre y el respeto a la misma naturaleza que lo cubre y protege. Entorno en el que pervive una memoria que no se entiende en otros lugares y  que es hijo del grandioso monte Almadén. Petreo guardián de los tiempos ancestrales que en invierno se pobla de blancas barbas. Barbas de nieve pura de cuyos fríos y duros abrazos nacen miles de veneros que por sus márgenes se derraman.

Es en éste entorno, singular nacimiento de bendiciones que nos entrega la naturaleza, henchida montaña de preñez acuosa, donde se asienta la población de Torres. Pueblo blanco de fuerte tradición. Feudo que fuera y defendiérase de los Señores de Camarasa, hoy fuerte e independiente. Mágico castro  cuyo asentamiento más pareciera cosa de magos que con sus artes misteriosas , mas que de mano de hombre, la hubieran hechizado, pues prendida de la misma roca se derrama la población hacía el rio Gil Moreno.



Río bravo y tímido a un tiempo que sin pedir permiso ni encomendarse a Díos ni al Diablo nace, irreverente y torrentoso, de los mismos veneros que manan del Padre Almadén. Rio que se aleja de esa Hoya singular henchido de Agua en primavera y seco, cómo arroyuelo que  es, en largo verano de la Madre Andalucía. Se aleja pendiente abajo tras surtir  al pueblo. Se lleva las aguas desahogadas en invierno dando vida y lucides a huertos y olivos, hasta su muerte, en el gran Betis.




Imperio de sentidos. Gran caja de perfúmenes serranos. Olores inacabables de  tomillo y romero que comparten estancia eterna con cientos de cantarinas fuentes. Fuentes interminables en cuyo interior sombrio emanan los sonidos de las gargantas de las ninfas que habitan desde antes de la Razón en la  misma serranía que a nuestros incrédulos ojos se abre. Fuentes que sin pedir nada a cambio dan consuelo al sediento y vida a la tierra en la que mana. Fuentes que, cómo en Jauja , nos da Leche y Miel en forma de miriadas de especies vegetales y con ellas cientos de formas animales.









Y entre tantas fuentes, tanta pila insolente que el fruto acuoso de la piedra derrama, que nos habla de encantamientos ya olvidados y secretos apenas susurrados. Que nos encandila de tesoros arabes y viejos conjuros de amor se yergue, majestuosa, la Fuenmayor. Enorme y eterna, más que ninguna otra . Pareciendo así que es el origen de la líquida progenie. Ella, sabedora del que la venera,  se muestra y asienta cómo vigía del pueblo. De aquel amasijo de casas y cortijos que la ama y ansía surtiendo condescendiente y en simbiosis, agua a sus habitantes, a sus haciendas y su alma.


Fuente de cascadas, por el hombre anquilosadas. Enorme nacimiento de escalonadas cataratas . Caños imponentes que sin cesar derraman. Con la frialdad  que supone transportar, desde las inaccesibles peñas, el alma de la nieve que la surte y llena. Fria y Gélida amante que sin pedir dona, sin rogar entrega y con inspirada devoción por aquel que la respeta, derrama miles de litros de bendiciones a quien la ambiciona y visita. Sin mirar la condición o riqueza del insignificante humano que la ronda.



Bordeando el Anchurón, ese gran jardín, ese vergel de miles de plantas a cual mas fructífera que nacen domesticadas por la mano del labriego que su sudor entrega en la laboriosa espera del cultivo se llega a la Fuenmayor. Subiendo por la cuesta que, cómo si fuera calvario o quizás ascensión celestial nos conduce por el camino de Navaparís, otra de esas inmensas bendiciones de la Sierra Mágina que acumula su encanto desde el principio de los tiempos. Otra de las fuentes a la que en su momento habré de dedicar mi tiempo y palabras para mostrar al lector su bondad ancestral.









Su corazón de Piedra se alza majestuoso entre la arboleda tupida que ha crecido de su propia entrega. Corazón de cientos, de miles de piedras que cómo pequeñas oraciones, como exvotos colocados una tras otra en singular formación, cual si disciplinado ejército colocado hasta el final de los tiempos, conduce su alma a la laguna profunda en la que se ahogan los sonidos que insoletes derrama en cada cída. Laguna  desde la cual, la esencia de la vida en transparente fluido,  se derrama por el valle henchido de cerezos y huertos a los que da vida.


Es la Fuenmayor gloria y encanto para el que la contempla, pues su alma  apacigua y su cuerpo reconforta. Es, sin pedir nada a cambio, amor y orgullo del que la ama, pues poco pide a cambio de lo mucho que da. Es ésta fuente cómo sus cientos de hermanas, riqueza y ventura del que la goza  y aprovecha desde lo alto a lo hondo de tan riquísima y verde vega. Es, por fin, vida y alma del que la  reclama, pues inmenso vergel se alza, bajo sus pies inertes de  agua, cómo máxima expresión de la transmutación de la materia, en que algo muerto enerva lo mas sublime de la naturaleza..

Quien desee dar sosiego al espíritu y sentirla cómo lo que es, culmén de la  vieja alquimia que, cómo sutil piedra filosofal da vida y esperanza, bendición de dioses ya olvidados que al hombre dieron la vida, no debe menospreciar la enorme dicha en contemplar sus caidas y sentir sus sonido. Labrar el alma con sus majestuosas e incesantes espejos que no muestran la imagen sino que hiere el oido. Que llenan la cabeza de suaves y dulces sonidos a medio camino entre la pasión del silencio y la calma del olvido.

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