jueves, 19 de mayo de 2011

Devocion.

Podriamos definir la devoción cómo el acto por el cual nos aferramos a una idea, a una representación de algo o alguien por la cual ponemos todos nuestros actos, nuestras esperanzas y nuestras ilusiones en manos de aquel o aquella al cual devocionamos. Independientemente de lo modernos que nos creamos, todos, sin excepción, devocionamos algo. Llamemosle X. Una X que puede ser un Dios, un coche o una rana, por poner un ejemplo. En mi caso la X tiene nombre y éste es Silvia.

¿Por qué devocionar a Silvia? Primero porque es mi esposa, compañera fiel desde hace más de trece años en quien deposito todas mis ilusiones. Ambos hemos pasado las de Caín y ahora que empezamos a gozar de las mieles de la relativa tranquilidad que da el tenerlo todo a medio enjaretar, es cuando podemos reivindicarnos cómo una unidad basada en una pareja de estabilidad cien por cien comprobada desde el día que comenzamos a salir. Día aquel en que por casualidad o por destino nuestros caminos se cruzaron llevándonos a un largo peregrinar de comprensión mutua, apoyo sin fisuras y sobre todo avanzadilla de un matrimonio que, al menos por mi parte, se forjó desde el primer día que su sonrisa me enamoró el alma.

Es cierto que en toda pareja que se precie hay pequeños roces que, de no lubricar con corrección, terminan por irse convirtiendo en desgaste irreversible. Nosotros, desde el primer momento supimos abrirnos y contadas son las ocasiones en que nuestros roces han derivado en tormenta. Tormentas borrascosas y destructivas debo añadir de las cuales lo mejor es cuando amainan. Cuando se suavizan en una bajada de pantalones que da lugar a una petición de disculpa postrera y una recosntrucción de lo roto, un zurcido de lo descosido y una lubricación de los roces a base de propósito de enmienda, besos y abrazos. No sólo no es malo mirar atrás en algunas ocasiones, es incluso recomendable, pues sólo así se atisba la dicha que, desde el primer momento nos provocó una unión por la que nadie daba un duro.

Día a día hemos ido andando un camino rodeado de zarzas. Ese camino que es la vida rodeado de adustos pinchos que significan las preocupaciones, las deudas o los ataques de otros menos afortunados que, cómo predica el refrán, Mal de muchos consuelo de tontos, intentan apañarse la desgracia intentando fastidiar lo infastidiable. Nuestro liberalismo, nuestra precoz independencia basándonos el uno en el otro desde el casi primer momento, nos lleva al momento actual en el que, palo tras palo y paso tras paso hemos ido consiguiendo desde el primer momento casi todo lo que nos hemos ido proponiendo en la vida. Todo menos una cosa, quizás la más vital y que sin embargo nos trae un poco por la calle de la amaragura. Pero tantas cosas nos han traido por esa calle llena de baches que nadie repara y las hemos superado sin dejarnos la suspensión en el intento que, de seguro esa última dicha llegará y cuando lo haga será el gozo y la alegría por los siglosde los siglos.

Devoto soy de ti Silvia, pues cuando caí me levantaste, cuando me paré me ayudaste a seguir. Me diste de comer de tu amor y me soportaste cuando lo mejor hubiera sido que me dejaras en la cuneta con un buen porretazo en la cabeza. Fuimos siempre felices porque siempre asumimos nuestras desventajas y las afrontamos unidos y juntos, cómo una sóla persona con dos corazones y dos carácteres de igual dirección y sentido. Sólo nos queda engendrar y cómo todo lo que hemos ganado y que tantose ha hecho de rogar, cómo la casa, el coche o las vacaciones. Cómo el trabajo, la ilusión o la llegada de un nuevo reto, engendraremos un vástago que, esperemos, no tenga que pasar por cuanto hemos pasado nosotros y si ha de hacerlo que lo haga con la misma resolución que lo hicieron sus padres que para eso le mostraran el mejor camino, el mejor sendero hacía una vida plena y limpia. Por el momento toca seguir intentádolo pero yo, cómo antes y cómo siempre, lo logremos o no, seguiré devocionádote cómo el primer dia. Te amo Silvia.

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